La miseria infantil que algunos no quieren ver
En la misma semana en la que nuestro presidente de gobierno presume de estar sacando a este país del bache enorme que pasa, el Comisario de los Derechos Humanos del Consejo de Europa se marcha asustado del nivel de pobreza en el que está sumida España. Parece que no hablan del mismo estado, del mismo lugar, de la misma nación. Pero lo hacen. Está claro que cada uno mira por lo suyo y lo que ven es absolutamente distinto.
A tenor de ambos planteamientos me hago la siguiente pregunta: ¿vale la pena, es más, es justificable, alardear de aparentes buenas noticias económicas para un país cuando, de ser así, se hace a costa de los más débiles? No creo que sea para presumir tener el país que tenemos: sin derecho a la salud, ni a la justicia, ni a la educación, ni a la cultura. Y lo que me resulta más importante, del derecho a todo ser humano a una vivienda digna y a 3 comidas diarias que no incluyen ni el caviar tres ceros, ni el foie de oca ni champagne francés de primera línea. Vamos, que a mí, particularmente, se me caería la cara de vergüenza de ir por ahí contando que uno está salvando a su nación cuando la ruina moral por la que está apostando resulta patética a los ojos de cualquiera. Por lo menos, a los ojos de un señor que se supone defiende los derechos humanos de los seres que forman parte de la comunidad europea. Me ahorro lo de “económica” porque cuando las palabras sobran, mejor no intentar dotarlas de sentido.
El informe que el señor Muiznieks (¡mi alma! ¿cómo se pronuncia esto?) se basa en su visita a Madrid y Sevilla y detalla situaciones de las que no da demasiados detalles. Como que los “niños se desmayan en los colegios de Sevilla”. Muchos se le han echado encima, como si aquí no fuésemos conscientes de que la pobreza infantil en España alcanza casi al 30% de los niños. Niños que dependen de la buena voluntad de sus colegios (no sé si se acuerdan que ahora te cobran hasta por llevar el tupper) o de gente a la que no conocen para poder meter algo en el estómago. Luego queremos que rindan y que saquen una media alta como para poder obtener una beca y continuar con una formación que les abra las puertas de su futuro.
Paralelamente a que nuestro presidente se pavonee orgulloso por tierras lejanas de lo bien que lo está haciendo, una campaña en televisión nos habla de la imaginación que tienen que ponerle al pan muchas madres para que eso que comen sus hijos parezca un bocadillo. Aún recuerdo al padre Ángel organizando una campaña para recoger alimentos infantiles. Por ejemplo.
Pero viene un señor de fuera y dice que los chavales se desploman por hambre y nos toca las narices. Ya ven. Como si uno que viene de fuera hiciera que la realidad fuera cierta con lo bien que vivíamos aquí haciéndonos los locos. No sé si los niños se “desmayan” ni si es en Sevilla, pero lo que el informe del comisario europeo refleja (más allá de que no aporte datos concretos y la visita, convengámoslo, resulta escueta) es tan cierto que hasta muchos medios han obviado su existencia.
Yo quiero salir del agujero. Como todos. Pero no a costa de ser más pobres, de tener menos derechos, de una xenofobia que nos hace despreciar al débil que viene buscando un futuro. No a costa de una educación para ricos que se harán más ricos y podrán manejar a los pobres cada vez más pobres a su antojo por aquello de que el puesto de trabajo que tu no quieras los querrán otros 500 y por menos sueldo. No me gusta el juego sucio. Por eso no me gusta este gobierno, que no respeta la dignidad del ser humano y que cree que castigarnos a todos con un 21 % de I.V.A. por intentar acceder a la cultura los hace más eficaces.
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